
El 12 de mayo se celebra el Día Internacional de la Enfermería. Esta fecha no es baladí, pues ese mismo día, en 1820, nacía en el seno de una familia británica de clase alta Florence Nightingale, una mujer a la que se le atribuye ser la precursora de la enfermería profesional moderna, así como la creadora del primer modelo conceptual de enfermería. Como su madre dio a luz en Florencia, recibió el nombre de su ciudad natal.
Por aquel entonces no resultaba nada fácil que una mujer estudiara, especialmente estaba en “edad para casarse”. Pero las ganas de Nightingale por aprender eran tan fuertes, que decidió hacer oídos sordos a las réplicas de su familia, especialmente las de su madre y la de su hermana mayor. Algo que Nightingale no acababa de entender, pues esta última sí que tuvo la oportunidad de ejercer de periodista y escritora.
Su familia no quería que estudiara, pero Nightingale hizo oídos sordos y se dedicó en cuerpo y alma a la enfermería, pues aseguraba haber tenido una “llamada divina”
Inspirada por lo que ella interpretó como una llamada divina, anunció en febrero de 1837 su decisión de ser enfermera. Por aquel entonces, el político y poeta Richard Monckton Milnes, quien sería uno de sus más firmes apoyos políticos e intelectuales, llegó a proponerle matrimonio, pero ella rechazó su propuesta, convencida de que interferiría con su decisión de consagrarse a la enfermería.
Viajó a distintos países para completar su formación. En Roma conoció en 1847 a Sidney Herbert, un joven político que se encontraba de luna de miel y con quien inició una gran amistad. Años más tarde, Herbert ocupó la Secretaría de Guerra y le pidió a Florence que fuera con él a la guerra de Crimea, pues no había apenas sanitarios. Además, las enfermedades estaban llegando al ejército británico y en las primeras semanas, de cada cien muertos, ochenta eran por las nefastas condiciones sanitarias.
Sidney Herbert fue quien pidió a Florence que viajara hasta el Imperio Otomano para ejercer de enfermera
Florence aceptó y el 21 de octubre de 1854, ella y un equipo de 38 voluntarias, a las que entrenó personalmente y entre las que se encontraba su tía Mai Smith, partieron hacia el Imperio Otomano. Llegaron un mes más tarde y se encontraron un panorama desolador, en el que no había ninguna condición de higiene, por lo que las infecciones abundaban, y habían más muertes de tifus, fiebre tifoidea, cólera y disentería que en el campo de batalla.
Su labor fue reconocida tanto en el campo de batalla como en Gran Bretaña. Los medios británicos le pusieron el sobrenombre de la dama de la lámpara. De hecho, así se llaman unos premios de enfermería en España. El apodo se debe a que prolongaba sus guardias nocturnas, con una lámpara en la mano por si alguien la necesitaba.

A su regreso, pidió una audiencia a la Reina Victoria para convencerla de la importancia de imponer drásticas mejoras y protocolos higiénicos. Aceptó la propuesta, especialmente después de que llegara un informe oficial sobre las muertes de la Guerra de Crimea, en las que se demostraban que habían fallecido más personas por infecciones que por su lucha.
En 1860, Florence inauguró una Escuela de Adiestramiento de Enfermeras en el hospital St. Thomas y comenzó a trabajar y escribir sobre diferentes reformas sanitarias. Su labor le llevó a recibir en 1883 la Real Cruz Roja, que le entregó personalmente la reina Victoria. Convertida ya en heroína, el Rey Eduardo VII le concedió en 1907 la Orden del Mérito, siendo la primera mujer de la historia que la recibía. Los reconocimientos no acabaron aquí, pues en 1908 también le entregaron las Llaves de la Ciudad de Londres. Entre sus méritos también cuenta el ser la primera mujer admitida en la británica Royal Statistical Society y, también, constar como miembro honorario de la American Statistical Association.
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