
Por más que pasen los años, sus crímenes siguen produciendo un interés asombroso, así como sus novelas, que siguen siendo tan frescas como cuando se publicaron, hasta el punto de ser los más vendidos del mundo después de los de Shakespeare y la Biblia. Hablamos de Agatha Christie, la escritora británica de novela negra cuyas obras siguen inspirando todavía en la actualidad.
A lo largo de su carrera escribió 66 novelas de crimen y seis románticas -bajo el seudónimo de Mary Westmacott-, más de 100 relatos cortos, 19 obras de teatro, libros infantiles, ensayos y poemas. Sus obras se han traducido a 103 idiomas y se calcula que ha vendido entre “2.000 y 4.000 millones de copias. Nadie lo sabe realmente”, explicó su nieto Mathew Pritchard en una entrevista al diario ABC.
Los libros de Agatha Christie son los más vendidos después de la Biblia y Shakespeare
Probablemente, el truco de su éxito fuera, entre otras cosas, implicar al lector, que se ve incitado a adivinar quién es el asesino según va descartando las pistas falsas que le ofrece la escritora. Pertenece al género ‘whodunit’, apócope de la frase inglesa ‘Who’s done it?’, ¿quién lo hizo? en castellano. Eso y su don por recrear ambientes y personajes, la mayoría de ellos de clase alta. Ya saben, todos pueden porque todos tienen razones para haberlo hecho.
Lo que probablemente se pregunten es cómo Christie llegó a la cima en una época en la que era difícil destacar siendo mujer. Empecemos por el principio. Agatha Clarissa Miller Webber (nada de Christie) nació en 1890 en el seno de la típica familia victoriana en Torquay, un pueblo de Devon en el que nunca pasaba nada. El aburrimiento acabó siendo productivo, pues aprendió a leer antes de tiempo, algo que no hacía demasiada gracia a sus padres. Esto le abrió un mundo de posibilidades, pues empezó a imaginar historias que podrían ocurrir en sus silenciosas calles, aunque nunca pensó que acabaría plasmándolas en papel. De hecho, su verdadero sueño no era el de ser escritora. Lo que quería realmente era ser cantante de ópera.
El verdadero sueño de Agatha Christie era ser cantante de ópera
Era un reto ambicioso, y más después de que su padre, un rentista aficionado al juego, muriera en 1901 dejando a toda su familia en la bancarrota. Su madre, Clara, luchó por sacar a ella y a sus hermanos. Finalmente, encontró una solución para poder sacar un dinero extra: alquilar la casa familiar durante el verano. Una decisión que les obligaría a mudarse durante los meses de más calor. Siempre se iban a Egipto, un lugar más barato que Gran Bretaña y que acabó siendo decisivo en las historietas que más adelante escribiría Agatha.
Finalmente, y tras mucho esfuerzo, Agatha llegó a los 16 años a París para continuar su formación musical y poderse convertir en la cantante de ópera que siempre había ansiado ser. Pero sus ilusiones se vieron truncadas cuando muchos de sus profesores le aseguraron que ese mundo no estaba hecho para ella. No cantaba mal, pero no destacaba lo suficiente como para sobresalir, por lo que no le auguraban un futuro con demasiado éxito. No se rindió y siguió intentándolo, pero pronto vio que estaban en lo cierto y que no lograría tener los ingresos suficientes como para poder seguir en ello.
Durante su infancia, pasó varios veranos en Egipto, lugar que resultó siendo clave en sus obras
Fue una de las primeras mujeres en montar en avión, en 1911, y en 1914 se casó nada menos que con un aviador, Archibald Christie, de quien cogería prestado el apellido. Trabajaba para la Royal Flying Corps, lo que le llevó a luchar al frente durante la Primera Guerra Mundial. Como su mujer no se quería separar de él, le acompañó inscribiéndose como enfermera. Durante ese periodo, fruto de la necesidad, aprendió el funcionamiento de los venenos en un laboratorio químico en el que estuvo trabajando. No lo sabía tampoco entonces, pero esto también sería determinante para sus futuras obras.
Cuando acabó la contienda volvió la calma y, como tenía más tiempo, su hermana, que conocía desde niña su brillante imaginación, le retó a escribir. A Agatha le encantaban los retos, así que aceptó encantada y en 1920 salió a la luz su primera novela, El misterioso caso de Styles, en la que ya apareció el que se convertiría en su personaje estrella, el detective Hércules Poirot. Se trataba de un policía belga retirado, con costumbres y carácter peculiares. En su pueblo había muchos refugiados de esa misma nacionalidad, por lo que no le costó demasiado inspirarse. Su otra gran investigadora, Miss Marple, estaba basada en su tía y sus amigas, típicas señoras de campo inglesas de la época.
La novela fue rechazada en varias editoriales pero, tras mucho insistir, acabó llegando a las librerías. Ante todo pronóstico, acabó siendo un éxito, lo que le animó a seguir escribiendo. Quería comprobar si era una casualidad o si realmente tenía talento. Fue así como, poco a poco, se empezó a ganar la vida como escritora, firmando una historia de crimen al año. A mediados de los años 20, su biografía dio un giro propio de su ficción. La reciente autora estaba pasando por una muy mala racha. El fallecimiento de su madre la sumió en una profunda depresión y en verano se enteró de que su marido, de quien estaba profundamente enamorada, tenía una amante. Se llamaba Nancy Neele, jugaban juntos al golf y él estaba dispuesto a pedir el divorcio por ella.
La misteriosa desaparición de la autora
En diciembre de ese año, la escritora dejó a su hija Rosalind con las criadas y se fue en su coche, que apareció al día siguiente abandonado en un terreno. Dentro no había más que un abrigo de piel y su carnet de conducir. Un enigma que tuvo conmocionada a la sociedad británica durante 11 días y que incluso cruzó el charco, llegando a oídos de The New York Times. Se llegaron a ofrecer 500 dólares (una cifra nada desdeñable en la época) por quien tuviera alguna información de ella. En la búsqueda participaron miles de policías, voluntarios y el mismísimo Arthur Conan Doyle. La acabaron encontrando días después en el hotel Swan de Harrogate, registrada con el nombre de Teresa Neele -el apellido de la amante- y sin acordarse de nada.
Nunca se supo que pasó y la autora se llevó el secreto a la tumba. La versión oficial es amnesia, aunque fueron muchos los que creyeron que se trataba de un episodio de venganza hacia su marido. Otros más prácticos aseguraban que se trataba de una estrategia comercial para anunciar su siguiente novela, El asesinato de Roger Ackroyd. Sea como fuere, el suceso fue de lo más morboso, y acabó siendo el centro de telefilmes y documentales como La verdad del crimen o la película Agatha de 1978 con Vanessa Redgrave y Dustin Hoffman en el reparto, que no hizo demasiada gracia a la familia.
Se acabó divorciando y en 1930 se casó con el arqueólogo Max Mallowan, 15 años más joven que ella y con el que vivió hasta el día de su muerte en 1976 (falleció cogida de su mano. Él solo aguantó dos años más). Su trabajo le obligaba a viajar a menudo por Oriente Medio y, por supuesto, se llevaba con él a su mujer, quien acabó adquiriendo más conocimientos de la zona que ya había visitado de pequeña con su madre. Fue en esta época cuando escribió Asesinato en Mesopotamia (1936) o Muerte en el Nilo (1937).
Llegó la Segunda Guerra Mundial y Mallowan fue llamado a filas. Como ya hizo anteriormente, Christie (que se dejó este apellido porque ya se hizo famosa así) se alistó como enfermera para no abandonarle. La experiencia le sirvió para ahondar todavía más en sus conocimientos sobre venenos, esenciales para sus novelas. Como curiosidad, uno de sus libros, El misterio de Pale Horse, ayudó a salvar la vida a una niña intoxicada por talio. Una enfermera reconoció los síntomas de la paciente porque en el libro alguien fallece por ese veneno y consiguieron curarla.
Durante ese periodo, y sin que ella lo supiera, la inteligencia británica la investigó por la trama de El misterio de Sans Souci, protagonizado por dos espías de un agente nazi en la costa inglesa, lo que despertó las sospechas del MI5 de que esos podrían ser ella y su marido, lo que más tarde se descubrió que no era así. Luego llegó la posguerra y para entonces Christie ya era toda una eminencia. Algunos de sus títulos más famosos, como Diez negritos (1939), Un cadáver en la biblioteca (1942) o Cinco cerditos (1942) ya habían llegado a las librerías. Pero todavía quedaba por publicarse otro de sus grandísimos éxitos: la obra de teatro La ratonera (1952). Desde su estreno no ha dejado de representarse ni un año en el teatro St Martin’s de Londres.

En 1955, aconsejada por su círculo más cercano, fundó su propia empresa, Agatha Christie Limited, con el objetivo de gestionar los derechos de sus novelas. Dos años más tarde, y con tal de acabar de profesionalizar su trabajo, entró en el London Detection Club, la asociación de escritores de novela negra británicos, de la que acabó siendo directora tiempo después hasta el día de su muerte, siendo así la persona que más años ha ocupado ese puesto hasta la fecha.
Cuando cumplió los 70, su salud empezó a deteriorarse, aunque hizo vida pública hasta 1974. La reina Isabel II, que junto a su madre se declaró una verdadera fan de la escritora, la nombró dama comendadora de la Orden del Imperio Británico. En 1975, mató al famoso Poirot en la novela Telón. Pese a que le hubiera dado la fama, acabó detestándolo, por lo que decidió acabar con él. Por ello, fue muy criticado cuando, después de fallecer, su familia pidió a la escritora Sophie Hannah que lo resucitara. No obstante, no les ha ido mal, pues ya son varios los libros que se han publicado desde entonces. La última novela de Christie fue Un crimen dormido, protagonizada por Miss Marple. Salió al mercado el mismo año de su muerte, en 1976.